Esta es la página de un soñador con los pies en el suelo y furiosa adoración por las palabras. Por su adoración a las palabras se hizo periodista, si bien tuvo mucho que ver en ello la salerosa influencia del sin par reportero Tintín.
Este soñador todo lo sueña con palabras. Las palabras han sido y son su vida. En palabras pudo poner la luz que se le vino a encender no ha mucho y a partir de la cual vio que la felicidad es posible, necesaria, obligatoria, no sólo en el más allá sino asimismo en el más acá; y que para la felicidad es necesario combatir los miedos; y que para combatir los miedos está la paz. Sin paz no hay nada. De modo que si la paz es el objetivo, la palabra viene a ser el vehículo, el cohete, el dardo.
Este soñador con los pies en el suelo cree que la palabra es cultura porque cree en la cultura en sentido verdaderamente original, siendo éste la forma de habérselas con el entorno. Cultura es esas mujeres en la plaza contándose en palabras cómo se las apañan para hacer el gazpacho o para cubrirse de las calores. Cultura es la berrea del ciervo, que vaya usted a saber qué es lo que dicho bramido quiere decir en su lengua. Cultura es... libertad, porque nacer es el resultado de habérselas con algo o alguien y nacemos completamente libres. La palabra que es libre produce libertad, lo que se deja ver en los mejores casos de calidad literaria que hemos tenido. Ahí están, si no, aquellos que en nuestra guerra civil se exiliaron al ser perseguidos por los dos bandos porque no estaban con ninguno; y por eso nadie los reivindicó en ‘la paz’; y por eso fueron tan fácilmente eclipsados por el oficialismo lo mismo de izquierdas que de derechas. Ahí está, si no, la brillante generación de Aruro Barea, Chaves Nogales, Ramón Sender...
Con palabras se transmitió la sabiduría en los libros de cualquier sabiduría. Dios era el verbo, la palabra fue Dios. La cultura es libertad y la información es poder. Por eso la palabra tiene doble filo y por eso la libertad es el enemigo número uno del poder o viceversa. Porque el poder esclaviza a quien lo padece, ya lo sabemos, pero sobre todo a quien lo ostenta, lo ejerce, lo tiene.
Con las palabras me gano la vida y me entretengo. Indago sobre su origen, les sigo el rastro en su evolución, me trago -a veces por las malas- su uso actual, y todo para llegar al desenlace de que ciencias como la etimología no son una mera cuestión de erudición. Es lo que se dice hablar con propiedad, saber lo que se dice.
Con palabras me doy a entender, con palabras ocupo mi tiempo y mi profesión. Palabras propias, palabras ajenas, palabras a componer, palabras a leer, palabras a corregir.
Con palabras, en fin, os digo aquí estoy yo.
Un abrazo.